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sábado, 18 de marzo de 2017

De aniversarios y celebraciones. 10 años ya...

Un aniversario es una fecha marcada con rotulador rojo en el calendario que nos recuerda aquello del "tal día como hoy" que salía en los diarios. Hoy cumplo 10 años de divorciado, una década, dos lustros: en el fondo casi media vida.


Escribí hace unos cuantos post que un año en la vida de un single equivale a la de un perro, que todos sabemos que son 7 años humanos. Así que hoy cumplo ¡70 años de divorciado! Es normal que no recuerde casi nada de mi vida previa...

Hoy se conmemoran 10 años de uno de los momentos más tristes (en mi caso) y estresantes que uno puede tener en la vida: se acaba una relación amorosa que prometiste que sería para siempre al cura, tienes que abandonar tu hogar, dejas de ver a tus hijos cada día y tienes que rediseñarlo todo otra vez. Vuelves a la casilla de salida, nada de lo que has hecho en lo personal sirve ya de mucho.


Empecemos por el principio. El momento del divorcio es terrible, es una situación extraordinariamente tensa entre dos personas que, hasta ese momento, se habían querido más o menos. Muchas veces entre dos personas que se siguen queriendo. Más o menos.

Añadamos a los problemas amorosos los problemas económicos (al romperse la unidad familiar las dos partes empobrecen, en general el hombre de forma espectacular) y empezamos a vislumbrar la magnitud de la tragedia.

Los momentos de tensión, y este es el número uno,  sacan lo peor de cada uno así que no suele haber nada más desagradable que el divorcio: discusiones, peleas, reproches, reconciliaciones a medias, engaños, triquiñuelas, mentiras piadosas y mentiras para hacer daño. Todo a la vez.

El que haya tenido un accidente de coche sabe que estos momentos se mantienen en la memoria de forma extraña, a fotogramas. Uno pierde la forma habitual de percibir la realidad y la recuerda como una sucesión de imágenes: la escena del sofá en que les dices a tus hijos que te vas de casa, un despertar en tu cama de "soltero" en casa de tu madre, los paseos por las calles cuando no tienes niños oyendo música y sin saber a donde ir, el momento en que te sacas la alianza dándolo ya todo por perdido. Un collage de desagradables recuerdos. 

Poco a poco, en mi caso terriblemente poco a poco, se van solucionando los problemas: dejas de tener contacto con tu ex (¡cuánto cuesta pasar de hablar de tu mujer a decir "mi ex"!), te compras otro piso, llega la sentencia de divorcio, te mudas a tu nueva casa, empiezas a mirar de nuevo a las mujeres, te apetece salir de copas... 

De esta época, como de todas, se pueden sacar conclusiones positivas. 

Para conocer bien a una persona no hay nada como vivir una situación límite: algunas te fallan y otras se vuelcan. Cuando te divorcias sabes con quien podrías contar para que te rescatara de una casa rodeada de zombies y quien se largaría silbando y mirando hacia otro lado con las manos en los bolsillos.

Valoras más si cabe a tu familia (un 11/10 para ellos en todo el proceso) y a los amigos que se comportan como tales. Saber a quién le importas y, por que no,  a quién no, es un tesoro de valor incalculable. 

Aquí uno descubre que la sociedad en la que vive y la justicia son, como dijo Pedro Pacheco, "un cachondeo". Descubrir que estás es un estado que maltrata de forma sistemática a los hombres en el momento del divorcio por el único hecho de ser hombres, de tener un cromosoma Y, rabo entre las piernas, con la anuencia de toda la sociedad que lo ve como "normal", es uno de las vivencias más repugnantes por las que he tenido que pasar.

Si alguien quiere conocer de primera mano que es que te discriminen por razón de género les recomiendo que pidan una custodia compartida en un divorcio sin consentimiento de la madre. Me reservo un post completo para el momentazo.  

El periodo postdivorcio inmediato que, en mi caso fue un terremoto personal en toda regla, duró unos dos años. Dos años de mierda. Sin más.


A partir de ahí, el resurgir. 

Venga, vamos a utilizar el símil más manido de la historia, el del Ave Fénix que resurge de sus cenizas. El divorcio es una oportunidad única de ser lo que quisiste ser o de volver a ser lo que dejaste de ser.


Se recupera esa libertad que todos, en mayor o menor grado, entregamos por amor con el matrimonio. 

Puedes ir al gimnasio cuando quieras, quedar con quien te da la gana, no hacer la cama en una semana y cenar pizza cada día si tienes ese capricho. 

Lo malo es lo que pierdes porque si no el divorcio sería un chollo: ese alguien a quien importas para contarles las nimiedades del día a día, a quien abrazar por las noches  y, por encima de todo y a distancia sideral sobre lo siguiente, el perderte mucho de la infancia de tus hijos. La mitad de la vida de tus hijos desaparece y solo tienes pinceladas o información distorsionada. 

La parte buena es que con una custodia compartida vuelves a tener el 50% de los días tiempo libre, una palabra que con niños pequeños resulta extraña dentro del matrimonio. Eso sí, el otro 50% tienes sesión doble: los niños son tuyos al 100%. Vida bipolar. 

Cada post divorcio es diferente y el mío tuvo dos peculiaridades: mucho apoyo familiar y la necesidad de juntar 3 guardias (lunes-jueves-sábado) cuando no tenía niños para pagar las facturas. Tiempos difíciles. 

Así que poco a poco cambias de vida y tienes esa magnífica ocasión de reencontrarte, de volver a tomar los mandos exclusivos de tu vida, de tomar las decisiones. Una segunda oportunidad que te da la vida de cambiar las cosas para bien o de equivocarte de forma tozuda.

Los siguientes 8 años de divorciado han sido intensos: he recuperado a grandes amigos que tenía abandonados, he conocido a otros, he salido con chicas maravillosas, algunas me han vuelto loco y a otras las he vuelto locas yo (sorry), he reído y he llorado, me he enamorado y desenamorado, más de una vez. Me han hecho caso o no, les he hecho caso o no. Un bonito y divertido lío con mucho de todo, a veces drama, a veces comedia y en ocasiones, vodevil.

Momentos curiosos como "pegar tu primer polvo de divorciado", una nueva primera vez enfrentándote al sexo, con todo lo de miedo escénico que significa después de 16 años haciéndolo con la misma mujer.

10 años recuperando el gusto por hacer deporte, la lectura y la escritura, salir a cenar y de copas.

10 años criando los dos magníficos ejemplares humanos que tengo por hijos, intentando inculcarles una educación y unos valores con la dificultad de no controlar el 50% de su tiempo.

10 años intentando mantener una relación civilizada con mi ex.

Pero por encima de todo si tuviera que destacar algo de estos 10 años serían dos cosas. 

La primera es todas las personas que han aparecido en mi vida, de los que recuerdo sus nombres a veces con minúsculas y a veces con mayúsculas, negrita y subrayado, algunas para quedarse y otras para compartir un rato de su vida conmigo y que nunca hubiera conocido si hubiera seguido casado. 

La segunda, que después de todos estos años me siento más yo mismo cuando me pongo delante del espejo cada mañana, me gusta mucho más lo que veo. Soy más fiel a lo que pienso, a lo que siento y a mis valores.


Así que hoy conmemoro mi divorcio y lo celebro como lo que fue, un terrible inicio de una nueva vida, que me depara sus buenos y malos momentos, pero que me ha llevado a ser más reconocible delante del espejo. 



¡Gracias a todos los que me habéis acompañado en estos 10 años! 










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